La química de lo que podría ser...
Y que aunque no pretendo parecer irreverente, comprendo que es posible que sea a lo único que llegue. Sépase entonces que mi intención es distinta. Que al tirar al piso los manteles de la santa mesa y poner sobre de ella lo mas cotidiano: la sonrisa de un ninio, un trozo de varilla que por quedar mas largo de lo necesario se quedo sin usar, la flema recogida de la banqueta y escupida por el borracho; lo que pretendo es darte un empujoncito. Lo más leve, casi imperceptible. Comprendo que quiza no sea lo correcto, pero es lo que siento en el momento. Y que el empujoncito te haga hacerte una pregunta, y que si eres una de esas oportunidades de uno en un millón, trates de responder esa pregunta, y en el proceso, seas mas. Una pregunta, lo que tu quieras, es lo único que te pido: Porqué lo hice? Porqué te empujé, qué hiciste para merecerlo, cómo ha estado el dia, que ocurrira maniana, lo que quieras, lo que sea, porque a mi gusto el hombre es un animal de preguntas, en un tiempo en el que el hombre mismo se creo una sociedad que se niega a responderlas, y que incluso restringe las preguntas mismas que pudieran hacerse.
Y el hombre y su cotidianeidad se han cuajado en este estado de autorepudio. Y entonces dejan de preguntar. Y entonces el mundo se llena de vicios. Y entonces el hombre se pregunta qué ha hecho mal. Pero también entonces el mismo vicio le pega al piso y la pregunta se queda en un hubiera. No se mueve. Y el hombre debe moverse gracias a la pregunta. Algo me lo dice.
Por eso planteo mis paradojas, por eso tanto signo de admiración al final de las frases. Quiero hacer ruido, quiero mover cuerdas, quiero sonar tímpanos. Que mi voz se escuche, como tantos quieren, pero no en tus oídos, sino en tu conciencia, que si es posible, resuene y le de timbre a esta hermosa sinfonía que somos todos.
Pregúntate entonces, qué es ese ruido, qué le pasa a ese loco, y habrás hecho feliz a otro pequenio habitante de la villa del Señor.